A los presos políticos. Porque todos los presos son políticos.
¿De qué depende la luz? ¿De quién
depende el Infierno? Y si es que ya estoy en él, ¿por qué callo y
vomito en silencio? Ojalá pudieras entender, aunque sea arduamente,
lo infinito que es el sueño, porque nunca siento despertar. ¿Es que
acaso sigo vivo? ¿Qué pensarían las ratas de sus cloacas y los
sapos de sus charcas si un día, y tan solo por la casualidad del
viento, la fragilidad de la luna, tan solo por ello, fueran
embarcadas en algo más siniestro que cualquier fangoso humedal?
Desconozco si lo sientes, pérfido inhumano incrédulo, pero ni
fuerzas de morir me quedan... sería un gran esfuerzo llamar a la
parca. Ignoro qué padeces, pero mal suenan tus pasos, me queman los
oídos mientras insertas la llave lentamente en aquél pesado candado
y la cancela se queja tan pausadamente que apenas el tiempo pasa,
porque en realidad se detiene. Morirías, insano cancerbero, si mis
ojos tuvieran brillo y mis brazos algo más que venas hinchadas.
Morirías de pena, triste peón, morirías de pena si sintieras lo
que yo. Y así arrastras a algo más carne que aliento, menos humano
que huesos, hacia el paredón o hacia el enjuiciamiento. Pero qué
importa si una cosa u otra es, ya seguro sé que el último no seré,
ni el primero, ni el décimo, pero eso... ¿qué importa ya? Una bala
menos, una sangre más, un sonido ronco, una orden... ¡bum!... y ya
la vida en un eco sangriento se va, pero la parca no viene. No, ella
está tan absorta como yo. Y es que ni la Muerte puede tolerar el
terror. Si me lleva es por lástima, no por perdón. Adiós mundo.
Desde la oscuridad de mi celda... el candado gira, la verja se abre
lentamente y el tiempo, de nuevo, se detiene.
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