Manifiesto de un soñador
Hay palabras y llantos
que nunca duelen. Hay virtudes que modifican el interior y
comportamiento de algunas personas. No obstante, algunas siguen así,
llevando sobre sus vidas y hombros un yugo pesado, arrastrando una
sobredosis de incultura, de hipocresías y falsas realidades. A pesar
de ello, la empresa que mis pies preparan se aleja de cualquier
instinto capitalista de supervivencia, parte lejos del neodarwinismo
económico y prefieren creer en la inocencia, la bondad, la amistad y
la lucha.
Es una camino de
pies sangrantes, de ánimos enrrevesados, de amores perdidos. Sin
pararlo a pensar, esto último a veces resulta la carga más pesada,
pues extraer del fondo de mi médula sus besos, ha puesto en jaque mi
respiración y resultará más difícil que inyectar las mentiras del
poder en mis venas.
He creído durante
mucho tiempo que necesitaría mochilas para guardar sus cartas,
incluso las que nunca recibí. Pensé alimentarme del ego que sus caricias me aportaron, como nutrientes corriendo de la manera más
soez que un ortodoxo pudiese imaginar, en forma de gemidos y sudor
ininterrumpido.
Mas, en nimiedades
no puedo reparar, nuestra historia ya ella borró. La eliminó, como
palestinos en Israel, como anarquistas en la vieja Unión Soviética.
Yo me veo en la tesitura de obrar de igual manera, pero vaya
dificultad hayo en mis pretensiones, pues en mi mochila no caben sus
cartas y sus dientes convirtieron habladurías en oro que cada noche
asolan la oscuridad de mi ventana, atormentando un paisaje que nunca
más volveré a ver, o que se extinguirá en la oscuridad de las
catacumbas a las que me hundió. Vaya, los recuerdos de un soñador
harían correr ríos de tinta bajo una pluma experta, al servicio de
una mente sagaz, mis torpes oraciones no estremecerán cada milímetro
de su blanquecina y fina piel, esas que mis huellas marcaron.
Sí, en la juventud
pocos amores marcan, que no sea porque a mi temprana edad no haya
conocido los placeres de la carne. Voto a tal que ha sido así, no ya
pocas veces. Sino, porque ese castigo ha sido hecho realidad por
Dios, sus arcángeles o cualquier ser o ave mitológico. Creo que
serían más reales que la democracia en la que morimos y nos
ahogamos.
Jamás podré ser suyo, jamás será mía, porque no pertenecemos a nadie. Sólo
caminamos, uno junto al otro, en igualdad de condiciones. Así la concebí, como compañera de viaje, un largo camino de risas y odios;
caídas y desfallecimientos; suspiros y silencios. Pero jocosamente
hizo un alto en el camino, se separó y prefirió desenvainar su hacha y cortar la mala hierba y los rosales por si misma. Hacer camino sola, dando la razón a Machado, pues el camino se hace al
andar.
Yo no me quedaré de
brazos cruzados. También he desenvainado mi navaja y voy a quitar
las hojas verdes que se interpongan en la esperanza de vivir de pie;
suficiente lo he hecho de rodillas. La echaré de menos, mentiría si
afirmase lo contrario, el sol y la luna atestiguan las lágrimas que
las sabanas y mi colchón han sofocado, sintiendo su ausencia.
A pesar de ello, bien saben mis amigos que no han sido sólo las mujeres las que han ocupado mi vida y mis pensamientos. Estos han sabido ir más allá, volando entre las raíces, la rabia y los sueños. La volatilidad de las ideas y el agobio propio antes las injusticias, me han marcado desde una temprana existencia. Intentando no dejar perpetuar la existencia de ogros y demonios vestidos de Prada y Gucci. Es inútil querer parecernos a ellos, sería arrojar la moralidad al vacío más profundo, a las propias entrañas de la tierra. Sería desperdiciar la educación de mis progenitores. Pero es momento de que hagamos temblar a los medios de producción y manipulación. Es momento de empezar a crecer, salir del cascarón, romper nuestros yugos y lanzar vivas a la libertad, alto. Muy alto. Que nos oigan en sus yates y palacios.
A pesar de ello, bien saben mis amigos que no han sido sólo las mujeres las que han ocupado mi vida y mis pensamientos. Estos han sabido ir más allá, volando entre las raíces, la rabia y los sueños. La volatilidad de las ideas y el agobio propio antes las injusticias, me han marcado desde una temprana existencia. Intentando no dejar perpetuar la existencia de ogros y demonios vestidos de Prada y Gucci. Es inútil querer parecernos a ellos, sería arrojar la moralidad al vacío más profundo, a las propias entrañas de la tierra. Sería desperdiciar la educación de mis progenitores. Pero es momento de que hagamos temblar a los medios de producción y manipulación. Es momento de empezar a crecer, salir del cascarón, romper nuestros yugos y lanzar vivas a la libertad, alto. Muy alto. Que nos oigan en sus yates y palacios.
Por ello, dejo a mis escritos
como una única arma arrojadiza a sus misiles, a sus tanques, a sus
rifles y bombas atómicas. Peor aún, dejaré mis escritos como
alternativa a una educación tradicional, de esos miserables que se
hacen llamar maestros. Estos los he hallado en las frías calles de
capitales esperpénticas y pocas veces en las aulas como
catedráticos. La sabiduría no siempre se mide en la capacidad por
conocer palabras y conceptos raros de física cuántica o filosofía
kantiana. Aún más, estos sabiondos de artículos y libros de
Harvard y Oxford, sólo ayudan a preservar uno de los peores crímenes
perpretrados por la humanidad: la propiedad y la riqueza. El poder,
que corrompe a quien toca, ha facilitado la extensión de estas ideas
de respeto al multimillonario. Peor, sumisión al mismo, cuando sus
garras afiladas han reventado la burbuja de nuestra libertad, nos
arrodilla a sus pies y se divierte.
Conjunción
poder-riqueza, se convierte en un binomio inseparable, en oxígeno y
agua para el capital y la esclavitud, que llaman bolsa de trabajo,
oferta y demanda.
Cuanto queda por
hacer... aún sin olvidar a los olvidados. A esos miles de seres que
nadan en la miseria moral que sus cuerpos han sido convertidos, desde
un discurso del poder han sido transformados en monstruos de la
sociedad. En poco menos que canibales o suicidas. Me refiero, por
supuesto, los homosexuales, sin techos, pobres, drogodependientes, ateos, creyentes discordantes, libres pensadores, animales no humanos y un
largo etcétera. En palabras sencillas: los perdedores.
Ante tal panorama,
mis ojos solo ven una cosa: el horizonte. Más allá, aún no veo
nada más. Lo divisaré cuando mis pies dejen de ser de plomo, y sean
tan gráciles como los de Hermes.
Sólo puedo hacer
una cosa: coger mi mochila, atarme la manta a la cabeza y seguir
hacia delante. Tal vez, al otro lado del camino o un poco más
adelante, nuestros dedos se vuelvan a entrelazar.
Jörg Karwinkel. 20
septiembre, 2025.
V.K
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